18 marzo 2020

LOS TRES DESEOS

Desde la biblioteca del CEIP La Jarilla queremos contribuir a pasar estos días en casa con algunas propuestas interesantes.

 El escritor Jordi Sierra i Fabra publica cada día, en su página web, un cuento.



Os animamos a visitar su página http://sierraifabra.com

En la sección especial: EL CUENTO DE HOY podréis encontrar cada cuento y disfrutar de su lectura.




Hoy os dejamos con LOS TRES DESEOS y os proponemos que hagáis un dibujo sobre el relato. Cuando lo tengáis, podéis enviar una foto a bibliotecalajarilla@ceiplajarilla.com con vuestro nombre y curso y nosotros haremos que veáis los dibujos de vuestros compañeros y compañeras.

LOS TRES DESEOS
© Jordi Sierra i Fabra 2004

Érase una vez un gusano que vivía su existencia como tal, es decir, como un gusano, y lejos de aceptarla como un don, pues la vida es siempre un regalo de la naturaleza, se sentía el más desgraciado de los animales que poblaban la faz de la tierra.
—¿Por qué he de ser un gusano? —se repetía incansable.
Triste y deprimido, se arrastraba por el desierto buscando alimento, sombra, agua. Los días le parecían monótonos e iguales. Arena y más arena poblaba su horizonte. Además, tenía que ser listo y no confiarse, pues cualquier pájaro podía devorarle en un abrir y cerrar de ojos.
Y al pobre gusano ya sólo le hubiera faltado eso.
—Ah, si fuera un león de poderosas garras, que influyera miedo con sólo mostrar mi presencia y agitar la melena. O un águila de vuelo majestuoso con el infinito como techo. Incluso un camello, viajero y fuerte, capaz de recorrer este desierto sin cansarme.
Pero era lo que era, un gusano. Así que en ocasiones lo que más deseaba se resumía en un simple paso de la evolución.
Ser una mariposa.
—¿Por qué no puedo hacer un capullo, convertirme en crisálida, renacer como la más hermosa de las mariposas, con unas bellas alas de colores que serían la envidia de todos?
El gusano sabía que todo aquello no eran más que sueños.
Imposibles.
Aburrido y resignado, vivía y sobrevivía, se arrastraba por la arena, se alimentaba, dormía, esperaba.
Un día, sorprendido probablemente por un espejismo dado el ingente calor que golpeaba la tierra, se apartó más de lo necesario de su oasis predilecto y en torno al cual solía moverse. Al poco se encontró en un lugar abrupto, difícil incluso para él, lleno de aristadas rocas capaz de cortarle en dos pedazos. Había tantos agujeros que metió la cabeza por uno, por otro…
Hasta que se encontró en una pequeña cueva arenosa, al resguardo del sol, en la que, al menos, estaba fresquito.
Y allí la vio.
Un ánfora.
Una extraña y hermosa ánfora del color del fuego.
A ras de suelo sólo sobresalía la parte superior de la misma, el agujero de apenas dos centímetros de diámetro y sin tapar. Luego un trozo de asa y el resto desaparecía en la arena. Dada la aburrida existencia del gusano, aquello rompía un poco la monotonía de sus días y sus noches, así que, animado y curioso, se encaramó hasta la boca de su hallazgo y… se metió dentro.
La primera sorpresa fue ver luz a lo lejos.
La segunda descubrir que aquel era un lugar espacioso y confortable.
La tercer ver, con asombro, que allí dentro había alguien.
Un pequeño ser de cabeza pelada, desnudo de cintura para arriba, que vestía unos calzones tan rojos como el ánfora y calzaba unas babuchas doradas. Se encontraba reclinado sobre un fondo de cojines de todos los colores y parecía meditar profundamente con la vista perdida en alguna parte.
Hasta que volvió la cabeza y le vio.
El gusano se quedó inmóvil.
—¡Hola! —lo saludó afable el pequeño ser.
—Hola —vaciló el gusano.
—No recibo muchas visitas por aquí.
—No me extraña —el gusano miró a su alrededor—. ¿Quién eres?
—¿Yo? —la pregunta pareció sorprenderle—. ¿Quién quieres que sea? ¡Pues el genio de ésta ánfora!
—¿Un genio?
—¿No has oído hablar de mi?
—No.
—¿De dónde sales tú? —se extrañó el desconocido.
—Pues… —optó por no decírselo. A una pregunta tonta siempre seguía una respuesta aún más tonta—. ¿Qué haces aquí?
—Vivo aquí.
—¿Por qué?
—Pues porque hace miles de años, y a causa de un encantamiento, un genio más poderoso que yo me condenó a… —el ser hizo un gesto de fastidio—. ¡Bah, es una historia de lo más aburrida! Lo único que debe interesarte es lo que puedo hacer por ti.
—¿Y qué puedes hacer por mí?
—Concederte tres deseos, como manda la tradición.
—¿Es una broma? —parpadeó el gusano.
—¿Una broma? —el genio se cruzó de brazos—. Me ofendes amigo. Si no vas a formular tus tres deseos, es mejor que te vayas y no me hagas perder el tiempo. Estoy muy ocupado.
—¿De veras puedes…?
—¿Por qué no pruebas?
Al gusano se le encogió todo el cuerpo además del corazón.
Tres deseos.
Con uno le bastaba.
Su sueño.
¿León? ¿Aguila? ¿Camello?
—Quiero ser una mariposa grande y bella.
—Sea pues —concedió el genio moviendo una mano.
Y en ese mismo instante, el gusano quedó convertido en una mariposa extraordinaria, grande, bellísima, con unas alas de colores fascinantes. Era tan hermosa que hasta el responsable de su cambio la contempló con orgullo.
—¡Soy una mariposa! —exclamó el gusano.
Abrió las alas, echó a volar, se sintió feliz y radiante hasta que…
Al llegar a la boca del ánfora descubrió que ahora era tan grande que no podía salir por ella.
Imposible.
Volvió hasta donde se encontraba el genio y le dijo:
—No puedo salir.
—¿Y qué quieres que haga yo? Tú querías ser una mariposa grande y hermosa.
—Tendría que haber sido más pequeña, ¿no crees?
—Sea tu segundo deseo —concedió el genio antes de que el gusano, ahora mariposa, pudiera impedirlo.
Con el nuevo cambio quedó convertido en una polilla.
Pequeña, capaz de salir por la boca del ánfora, pero ridícula y gris, insignificante y apenas visible.
—¿Qué es esto? —gimió el gusano, ahora polilla.
—Tu segundo deseo.
—¿Quieres que muera quemado por cualquier luz? ¡Me siento horrible!
—Pues deberías aclararte —manifestó el genio—. Yo no hago más que cumplir tus deseos.
—¡Prefiero volver a ser un gusano antes que…!
—¡Ningún problema! ¡Adelante!
Un nuevo gesto.
Y el gusano volvió a ser él mismo.
Miró al genio.
—Tus tres deseos han sido satisfechos —sonrió malicioso—. ¿Qué tal?
—Estoy como antes —musitó triste el gusano.
—¿Sabes algo? —el genio frunció el ceño—. Me has caído bien. Si sales y vuelves a entrar, es posible que te permita solicitar tres nuevos deseos. ¡Hace tantos años que no practico!
—¿Lo harías?
—Prueba.
Tres nuevos deseos.
Si los pedía con más inteligencia, sin precipitarse, calculando…
El gusano reptó hasta la boca del ánfora.
Era un ingenuo.
El genio, el ánfora, los deseos…
Salió al exterior.
Y cuando estuvo fuera, siguió reptando, decidido, sin volver la vista atrás.
Cuanto antes llegase a su oasis, más tranquilo estaría.
—Mejor ser un gusano que un tonto —se dijo a sí mismo tan feliz como orgulloso.